sábado, 23 de febrero de 2013

* PREMONICIÓN *


Tener en las manos el recuerdo de un pasado que se nos extinguió en un último suspiro, la muerte no avisa; nos llega, como un recordatorio de que fuimos lo que amamos, lo que odiamos y todo aquello que quisimos olvidar pero que nunca nos olvidó...que no nos encuentre hechos pedazos.
 
 
Pasar por la vida y la vida por nosotros, acumular historias largas y pequeñitas con nombre y apellido y otras de ausencia, momentos que se resbalan y caen partidos a la mitad cuando el corazón se vive desprovisto, recuerdos atrapados en oraciones nunca dichas, en fotos espontáneas, en risas y llantos con dedicatoria... Al final la vejez, ese estado marchito del cuerpo que anuncia que hemos vivido, en algunos casos no como se hubiera querido, pero siempre...siempre suficiente.
 
 
En el último suspiro de paz o en el último dolor, nos aferraremos al recuerdo de los momentos que ya no fueron, los abrazaremos fuerte y contra el pecho...para hacerlos nuestros, para no irnos solos.
 
Porque al momento de nacer comenzamos a morir y en esta muerte de todos los días...
 somos también los pedazos que nos llevamos entre las manos.
 
 


miércoles, 13 de febrero de 2013

martes, 12 de febrero de 2013

A propósito de Cortázar...

 Este 2013 se cumplen 50 años de la aparición de "Rayuela" y hoy 12 de Febrero, 29 años del fallecimiento de su autor, Julio Cortázar.
Para quienes hemos leído no solo "Rayuela" sino cada uno de sus cuentos, Cortázar representa esa puerta literaria que se puede abrir una y mil veces y de la que de todas se ha de salir siempre diferente.
En el muy particular caso de "Rayuela", el retorno es siempre necesario...que no para el entendimiento, que si para la vivencia siempre renovada.
 
"...Rayuela se debe leer despacito, sorbito a sorbito, esperando no volver de ella con una vida nueva, pero si muy dispuestos a que nada después de...sea lo mismo".
 
Aquí el considerado: "Mítico Capítulo 7... (y mi más ferviente invitación a no morir sin leer toda la obra).

Capítulo 7



Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
Julio Cortázar, Rayuela.